
Hace pocos días leí en internet un artículo de opinión que hablaba sobre algunos problemas de la sociedad salvadoreña en general. El tema principal que desarrollaba es que la crisis política, económica y social que estamos viviendo en la actualidad es culpa de la cultura del salvadoreño común. Así también, se afirmaba que el problema no está en el gobierno, sino en nosotros como pueblo. Pero, ¿no será que la situación de pobreza, precariedad social, inestabilidad laboral y el acelerado encarecimiento de la vida nos ha transformado en lo que somos? ¿No será que las empresas privadas, las empresas mediáticas y el gobierno son, en parte, los verdaderos culpables de que padezcamos de esa “sagacidad congénita” que ha venido evolucionando y expandiéndose hasta contaminar nuestra cultura?
Delitos de “cuello blanco”, licitaciones amañadas, policías e incluso diputados involucrados en crímenes y el tema de la transparencia en los procesos gubernamentales son objetivo de investigaciones públicas que han conmocionado a la población, lo que demuestra que la viveza y la audacia no es de unos pocos sino de todos. Culpar a los ciudadanos no mejora la situación. Es claro que tenemos que cambiar, pero también es urgente que se cambien los proyectos políticos, la izquierda, la derecha, la empresa privada y las instituciones públicas.
Sería erróneo afirmar que es un problema cultural el impacto que ha causado la dolarización, las privatizaciones, los tratados de libre comercio y los altos precios del petróleo en la vida de los salvadoreños. Es más bien, problema de los que eligen por nosotros. Por ello, es necesario un cambio cultural de los funcionarios públicos para ejercer control social.
No es que los ciudadanos estén libres de culpa, sin embargo, la crisis actual tiene que ver problemas de ética, y eso si depende de cada quien. Porque si cada salvadoreño actuara con ética, no habrían empleados deshonestos laborando en las empresas privadas. Los salvadoreños comunes pagarían los impuestos de la forma correcta. El gobierno se interesaría por la ecología. La gente no tiraría basura en las calles y por último, los ciudadanos confiarían en los mandatarios y dejarían de llamar “rata” al presidente.
Pueden revisar este lin que habla sobre la pobreza en nuestro país: